Existe un umbral que el ser humano debe cruzar para dar inicio a un proceso de transformación significativa.

Se requiere una combinación de voluntad y un impulso intrínseco para lograrlo, pero ¿qué acontecimiento debe ocurrir antes de esto? La respuesta yace en una experiencia singular, algo así como un golpe fulminante a la mente; una iluminación que rompe la inercia habitual y despierta el deseo de emprender una metamorfosis personal. Yo lo denomino “Activación”.

Sin la presencia de consciencia, nuevas experiencias carecen de sustancia.

En consecuencia, defino la activación como el encendido consciente de la mente; una búsqueda deliberada de cambios personales profundos. Es un estado de conciencia a través del cual el individuo descubre en su interior una materia prima, lista para ser moldeada de adentro hacia afuera.

En esta fase primordial, se toma conciencia de la necesidad imperante de una transformación, de cambios profundos y de la necesidad de una nueva forma de vida. Lo crucial en este episodio inaugural radica en reconocer la propia necesidad, así como en vislumbrar la oportunidad de trascendencia.

Algunos emplean términos como “despertar”, “iluminación”, “revelación”, “renacimiento” y otros similares, los cuales son apropiados y evocadores.

Particularmente, he elegido el término “activar” para referirme a la evolución del ser por medio de conocer y entender que se debe corresponder a un proceso experimental y motriz. Así pues, la palabra “activar” denota la puesta al día del potencial humano, el ascenso de la conciencia humana y la liberación de la alienación. Por esta razón, el término “activar” guarda relación con el concepto de ser consciente para responder intencional y deliberadamente a una transformación personal.